La
intolerancia a la lactosa es un tipo común de intolerancia alimenticia,
debido a la carencia de lactasa, una enzima necesaria para digerir el
azúcar de la leche (lactosa).
De
acuerdo a las raíces de nuestros ancestros, existe o no, una alta
probabilidad para desarrollar intolerancia a la lactosa siendo un adulto
joven. Las poblaciones del norte de Europa dependían de la leche fresca
de sus rebaños para sobrevivir lo crudo del invierno; sin embargo en
África, Australasia, América, el Mediterráneo y Oriente Medio las
poblaciones de adultos nunca dependieron de la leche fresca para
sobrevivir, por lo que el que, el hecho que las vellosidades del
intestino delgado continúen elaborando una enzima (lactasa) -destinada
específicamente para un alimento que ya no se consume luego de
destetados- no era una ventaja adaptativa; más bien representa un gasto
de energía en una sociedad que carecía de abundantes fuentes energéticas
para su alimentación.
SÍNTOMAS Y SIGNOS
Las características de una intolerancia a la lactosa no son específicas
a este cuadro, por lo que no se puede hacer el diagnóstico basado en
los síntomas. Las molestias se derivan del hecho que nosotros no podemos
digerir la lactosa, por lo que los azúcares que constituyen la leche
serán parcialmente aprovechados por las bacterias intestinales (nuestra
flora) mediante la fermentación. En el proceso de destruir la lactosa
las bacterias generan gran cantidad de gas (hidrógeno) que termina
siendo expulsado como flatos o pedos junto a otro gas (metano). Antes de ser expulsado el gas distiende las paredes del intestino, generando inflamación local, dolor abdominal, embotamiento, hinchazón y hasta calambres; en no pocos casos los síntomas se acompañan de diarrea abundante, pues nuestro intestino conteniendo tanto azúcar sin digerir busca secretar líquido hacia el interior para diluirla.
Es menos frecuente, pero también pueden presentarse náuseas
por la distención abdominal. Sin embargo la magnitud de los síntomas
varía de persona a persona, dependiendo de la dieta y la capacidad que
aun conserva su intestino delgado para producir lactasa. La falta de
instrucción y formación médica adecuada hace que muchos bebés sean
tratados cual intolerantes a la lactosa, cuando en realidad no lo son,
pues la intolerancia primaria a la lactosa (bebés que no producen la
enzima lactasa) en un cuadro poco común o muy raro. Sin embargo la
intolerancia secundaria a la lactosa (que se desarrolla después del
destete) es más común. Esto puede ocurrir temporalmente después de un
brote de gastroenteritis (cuadro infeccioso de diarrea), pero a menudo
mejora después de varias semanas cuando se recuperan las vellosidades
intestinales.
La
intolerancia también puede ocurrir en casos de deficiencia de hierro,
que es tan común en nuestro país, pues la carencia interfiere con la
digestión de la lactosa y la absorción.
¿CÓMO SABER SI LA TENGO?
El diagnóstico de intolerancia por lo general viene a dar una
explicación a la sintomatología de tipo gastrointestinal que se
presenta, etiqueta nuestro malestar; sin embargo en la gran mayoría de
casos fue un autodiagnóstico equivocado, pues nunca se realizaron
pruebas de laboratorio. El autodiagnóstico a menudo se hace
subjetivamente y sin una cuidadosa correlación entre la ingestión de
leche o productos lácteos y síntomas.
Pueden
utilizarse varios métodos para diagnosticar la intolerancia a la
lactosa, los más comunes son: Prueba de aliento (medición del hidrógeno
espirado). Cuando la lactosa en el intestino delgado es fermentada por
bacterias en vez de ser digerida, se produce más hidrógeno. Dieta de
eliminación. Implica la estricta eliminación de los alimentos que
contienen lactosa para ver si los síntomas mejoran. Si los síntomas
vuelven a aparecer una vez que se vuelvan a introducir los alimentos,
entonces intolerancia a la lactosa es la causa más probable.
Otra
"prueba" barata y sencilla –pero menos fiable- es comparar si la
persona puede tolerar mejor la leche deslactosada en lugar de leche
normal. Las pruebas de laboratorio destinadas para la intolerancia a la
lactosa aportan información muy valiosa. No sólo permiten confirmar la
intolerancia a la lactosa y de ahí realizar modificaciones dietéticas,
sino también pueden dirigir la atención médica hacia diagnosticar otros
trastornos o enfermedades que son responsables de los síntomas que
presentan, como ocurre con el síndrome de intestino irritable, también
llamado colon irritable.
¿QUÉ HACER?
Si una persona piensa que puede tener intolerancia a lactosa es
importante mantener un diario de los alimentos que se consumen, en el
cual anotar también los síntomas experimentados. Un diario de alimentos
puede ayudarnos a establecer el diagnóstico correcto junto al médico.
Hay alimentos que contienen lactosa sin que lo sepamos, por ello el
diario alimenticio y conocer la siguiente lista es de utilidad:
- Galletas, pasteles y muchos de los panes.
- Cereales para el desayuno listos para comer.
- Salsas de queso.
- Sopas de crema.
- Chocolate con leche.
- Panqueques y wafles.
- Huevos revueltos.
- Barritas de granola.
Es importante no eliminar completamente los productos lácteos de la dieta
si se sospecha de intolerancia a la lactosa, ya que los productos
lácteos son fuentes ricas en nutrientes y calcio. Muchas personas con
intolerancia a la lactosa pueden tolerar pequeñas cantidades de lactosa
con síntomas mínimos; en ellos recomiendo el yogurt y los quesos duros o
madurados; otras opciones de quesos son los frescos como la ricotta o
cottage, pues tienen bajos niveles de lactosa.
En
cuanto a la leche procure no beber más de un vaso de leche y que ésta
sea entera, pues la grasa contenida en la leche hará que su paso del
estómago hacia el intestino sea más lento, lo que facilita que la poca
cantidad de enzimas disponibles pueda digerir la leche. Evite la leche
semi- o des-cremada. La intolerancia a la lactosa puede ser tratada
mediante tabletas de lactasa disponibles sin receta en las farmacias.
Finalmente si se padece de intolerancia hará bien en tomar un suplemento
de calcio diariamente, pues una dieta baja en calcio favorece además de
la osteoporosis la hipertensión.
Dr. Murúa